Si le pedís a alguien que defina exactamente que significa “subcultura”, probablemente os mirará con recelo por haber proferido una pregunta tan banal, luego, inmediatamente fracasará en darte cualquier cosa parecida a una respuesta sustancial y bien definida. Si lo buscáis en Internet, encontraréis un montón de palabrería que se confunde a sí misma por confiar excesivamente en la palabra “cultura”. Daréis con palabras como subversión, punks, ambivalente, no-doméstico, góticos, negativo y tribus; y seréis unas personas mucho mejores que yo si, de todo eso, podéis derivar cualquier sentido o significado real.
Cuando es tan difícil descifrar el sentido de las palabras, a veces es más fácil encontrar consuelo en las imágenes. Mientras camino entre las paredes de la ciudad, noto colores saltando hacia mí y alejando mi atención del gris. Las paredes de la ciudad nos gritan, buscando respuestas que no estoy seguro que yo tenga. Las paredes están hablando, y creo que debemos escuchar.
Las imágenes de la página opuesta os son traídas por Los Martínez, un grupo que vive y respira en las mismas calles que atravesáis. Pero la identidad del grupo es menos importante que el compromiso con su discurso. Si miráis de cerca, veréis que su trabajo tiene un contenido real, algo que no encontraréis en “subculturas” definidas ampliamente por poses y modas pasajeras. Interactuando con Los Martínez, sois movidos inconfortablemente de vuestra previa e impasible posición de alienación. El afilado pellizco de reconocimiento que sentís si observáis su trabajo, personalmente sus corazones, os hará parte activa de una oposición sistemática y estructurada contra la cultura dominante a la que ineficazmente amabais odiar. Os habréis convertido en verdaderos forasteros. Os habréis movido fuera de la subcultura y os harbáis unido a las filas de la contracultura.
Hace cien años, la ciudad de Barcelona y su gente pasaban por un período de gran pobreza. Una población pobre luchaba por vivir y, en algunos casos extremos, se moría de hambre. La proporción de dinero gastado en alimentos en comparación con el destinado a vivienda era de 5 contra 1. La gente vivía en tiempos de penuria económica y miseria, pero al menos podía costearse el techo que tenía sobre su cabeza. En la Barcelona actual, la situación se ha revertido completamente. Una persona normal, ganando 1.000€ por mes, puede sobrevivir sólo gastando 200€ por mes en comida, pero sería sumamente complicado cubrir el coste de tener su propio apartamento en la ciudad con los restantes 800€. La mayoría de la gente no morirá de hambre en La Millor Botiga del Mon, pero si no sois ricos, es mejor buscar otro lugar para descansar vuestras cabezas por la noche. Es en la realidad de este ambiente en el cual Los Martínez están intentando ofrecer un mensaje alternativo a la gente de la ciudad.
Los Martínez son un grupo de individuos de ideas similares que se han encontrado por casualidad mientras trabajan en las calles individualmente, y que luego se unieron para producir trabajos en los que encontramos un fluida fusión de arte y crónica social. Son guerreros sociales, comprometidos con el reclamo del espacio público como algo nuestro, transformándolo en una galería gratuita. Pero la belleza artística de su mensaje no debería engañaros interpretando su trabajo a la ligera. Este colectivo de amigos creativos no sólo está peleando por reclamar los espacios públicos de la ciudad. En los barrios donde la especulación y los grandes negocios están desplazando a los residentes, tirando abajo edificios y tratando de negar la rica historia de los lugares que desean reinventar desde su propia imagen egoísta, Los Martínez también están en la primera línea de batalla junto a la gente real.
En Bon Pastor, Los Martínez pintaron muros junto con los niños gitanos del barrio, en protesta por el desalojo forzado de familias en Las Casas Baratas. En Barceloneta, trabajaron con Los Vecinos del Barrio de La Barceloneta en su lucha contra el Plan de Ascensores del Ayuntamiento, una maniobra que vería a los ancianos vecinos y a sus familias desalojadas de sus hogares. Pero es tal vez en el antiguo hogar de Los Martínez, en Poblenou, donde su lucha ha sido más intensa. Y es este lugar el que mejor resalta la determinación implacable de su batalla y su continua creencia en ella. Aún así, es aquí, también, donde las excepciones al éxito de su movimiento pueden ser las más evidentes.
En Can Ricart y Poblenou, Los Martínez fueron parte de un grupo de 3.500 vecinos y amigos de los vecinos que protestaron contra el monstruo que es el 22@. Esta iniciativa financiada de manera privada y respaldada por el gobierno local ha desplazado a la mayor parte de la comunidad artística de Poblenou, así como a muchas familias que han vivido por generaciones en lo que tradicionalmente era una de los pocos barrios auténticos de la clase trabajadora de Barcelona. Es algo horrible, y es un patrón que se está convirtiendo en algo muy familiar. Pero el 22@ es incluso todavía más horrible porque muchas de las compañías que operan en este nuevo parque empresarial de vanguardia tratan, o están relacionadas de alguna manera, con la producción de armas. Indra, cuyo presidente lidera el comité de empresas 22@Network, es el mayor proveedor de equipamiento militar no estadounidense para la máquina militar más inmensa: el ejército de los Estados Unidos de América.
Las protestas en Poblenou, como tantas otras, fueron en vano, y el intento de avalar el 22@ y su presencia en el barrio a través del festival Inside 22@, bajo la dirección artística de Niu y en colaboración directa con el comité 22@ Network, ha empeorado el dolor causado por esta derrota en particular. ¿Cómo es posible que Niu, uno de los grupos que originalmente lucharon junto a los residentes y otros artistas contra el 22@, esté ahora incentivando activamente la presencia de sus conquistadores con una celebración que es una increíblemente frívola e insensible reescritura de la historia?
Pero esperad. Es fácil señalar a los especuladores, propagadores de la guerra y a aquellos que están completamente consumidos por el ethos capitalista del “Más”. Si miramos de cerca las manos con las que señalamos, podemos notar, inconfortablemente, que nosotros también estamos teñidos de rojo. Como gente alfabetizada viviendo dentro de una poderosa democracia occidental, todos somos cómplices de los males del mundo, y de alguna manera u otra hay, indudablemente, sangre derramada en nuestro nombre cada día. Tal vez, Niu, en el exitoso despertar del establishment 22@, decidió, como mucha gente hace, que esta es la manera en la que las cosas funcionan en el mundo y que no hay nada que podamos hacer contra eso.
Tal vez esta verdad palpable ha permitido que una sensación primordial de apatía se vuelva aún más cruda dentro de nosotros, una apatía y una complacencia que parecen haberse convertido en la más prominente capital cultural de hoy. Hemos sido manipulados para pensar que somos redundantes e incapaces de ofrecer cualquier resistencia a las fuerzas del mundo que controlan y dan forma a nuestras vidas ensombrecidas. Hemos aceptado nuestra derrota y nos hemos desenamorado de las caras poco familiares que se nos quedan mirando inexpresivamente desde el otro lado del espejo. Los políticos no nos escuchan. Las guerras se combaten a pesar de nuestras protestas de sábado por la tarde contra ellas. Nada de lo que hacemos hace una diferencia, así que, ¿por qué preocuparnos? En discusiones con los miembros de Los Martínez, observé que incluso ellos sienten el peso de la demanda de conformidad del capitalismo. Aunque ellos pelean por otros desinteresadamente, sin buscar una publicidad personal con sus actos, su opción de estilo de vida tiene el coste agregado de ser recordados cada día de que ellos no poseen una casa, o de que no tienen 2,5 hijos, ni tampoco un trabajo que puedan incluir en su currículum. De que ellos han escogido una vida no convencional. Aún cuando la crisis está a punto de probar que una vida “convencional” no significa necesariamente una vida más fácil, hay algo mayor que ha justificado las opciones de Los Martínez. Como uno de ellos me dijo: “Es duro, pero lo que sacamos de ello hace que valga la pena. Sólo tenemos una vida, y tenemos que amarla”.
Por lo que yo veo, Los Martínez continúan haciendo lo que hacen porque les importa, no sólo plantando cara a la violación de la ciudad en la que vivimos, sino también a nosotros. Los Martínez podrían ser fácilmente, Los Rodríguez, o Los Smith. Una rosa con cualquier otro nombre olería igual de bien. Aún así, mientras caminamos hacia lo que podrían ser nuevos tiempos de esperanza, fue un miembro de Los Martínez, el que me dijo, “No podemos hacerlo todo”. Es verdad: las guerras no se detendrán de un día para otro. Los móviles en nuestros bolsillos todavía tendrán la señal de la violencia en África. Los especuladores y los políticos ambiciosos no desistirán de intentar follarnos en cada esquina tan sólo porque le digamos que no lo hagan. A pesar de este saber, o tal vez por él, el núcleo central del mensaje de Los Martínez es que cada día nos miremos en el espejo más detenidamente.
La impresión que estamos destinados a experimentar cuando miramos a los brillantes colores de su arte, saliéndose del fondo gris y avaricioso que lo rodea, es que esos colores están dentro nuestro. Si queremos trabajar por el cambio con cualquier otra cosa que no sean declaraciones banales, entonces debemos empezar aquí: en casa, en nosotros mismos. El corazón en la pared es el vuestro. Depende de nosotros redescubrirlo. Y es entonces nuestra responsabilidad dejarlo que cante, escriba, pinte, grite o llore en cualquier manera, afirmando nuestra batalla colectiva para seguir siendo parte de la original y de la única y verdadera cultura perdurable: la humanidad.
Que seamos más despiertos. Que seamos más conscientes. Que seamos más vivos.
Más Amor.